Lic. Mauricio E. Roitman
Según trascendidos periodísticos el Ministro de Economía propuso suavizar
el impacto del traslado a precios de los combustibles de la devaluación
mediante un mecanismo por el cual las refinadoras pagarían el precio interno
del petróleo en pesos pero a un dólar “pre-devaluación” o “dólar petrolero” de
$6,88. Esta medida tiene efectos perniciosos bastante más amplios que los que
las autoridades parecen haber considerado.
Para ver hoy los futuros efectos de la política propuesta nada mejor que
analizar el resultado de similar medida aplicada anteriormente mediante la separación
del precio interno del crudo del internacional.
¿Cuál fue el resultado de esa política?
Terminamos importando gas y petróleo a precios regionales o internacionales
dolarizados, discriminando a la producción nacional de hidrocarburos con
menores precios y habiéndole hecho vivir un “invierno” de inversiones. Un ejemplo
simple da cuenta del porqué de la denominación de “política de promoción de
importaciones”: el gas producido en Salta se paga aproximadamente 3 dólares el
millón de BTU mientras que a pocos kilómetros, cruzando la frontera, se produce
gas boliviano que nuestro propio país paga 10,1 dólares el millón de
BTU. Algo similar está ocurriendo con el petróleo hoy en día ya que mientras en
el mercado interno se paga un promedio de 85 dólares el barril por el crudo Medanito, el precio de paridad indica que lo estamos importando a 105 dólares el barril.
Como consecuencia, las provincias petroleras y gasíferas argentinas fueron
y siguen siendo el pato de la boda de esta política ya que vienen perdiendo
inversiones y resignando regalías desde hace tiempo. Al solo ejemplo
ilustrativo, las provincias perdieron en 2013, aún con menores distorsiones que
en años anteriores, la friolera de 950 millones de dólares solo considerando regalías petroleras resignadas.
¿Quedó a salvo “el tanque de nafta de los argentinos” con esa medida?
No, a
los precios internacionales los echaron por la puerta y se volvieron a meter
por la ventana. Los bajos precios internos de los hidrocarburos deprimieron los
incentivos a la inversión, cayeron la producción y las reservas, lo cual obligó
al incremento de las importaciones de gas natural licuado y hasta de petróleo
liviano. A nivel de las refinerías, el mayor uso de petróleo importado las ha
obligado a que luego de la devaluación, todas las empresas incluida YPF, necesiten
de una recomposición de los precios en dólares de los combustibles en las bocas
de expendio para que no se deterioren sus balances.
¿Y qué pasaría si el petróleo interno se pagara al costo de su mejor
alternativa, la paridad de importación de crudo importado –como sugerimos los
malos-?
Algunos de los resultados serían: una mayor eficiencia energética por
ahorro en consumo, mayor inversión en máquinas y artefactos eficientes que
consuman menos energía, mayor incentivo a la generación de energía de fuentes
renovables y limpias, menores emisiones de gases de efecto invernadero, menor
huella de carbono de nuestra producción nacional (que evitará sanciones
comerciales), se incrementaría la inversión en exploración y explotación de
hidrocarburos (convencionales y no convencionales, on-shore y off-shore), crecerían
los ingresos fiscales por regalías de las diez provincias productoras de
hidrocarburos, sus impuestos provinciales, la mano de obra de la industria
energética nacional, la innovación en el área por sus altos retornos, mejorarían
las cuentas del sector externo por menores importaciones energéticas (y mayores
exportaciones en un futuro), disminuirían las restricciones de divisas que
complican nuestra macroeconomía y
mejoraría la balanza de pagos.
¿A qué costo?
Claramente a un costo mayor de la electricidad en los hogares del CABA y GBA (son más bajas que en el interior), en gas en los de todo el país y en las estaciones de servicio (naftas y gasoil), pero
bastante menor al que muchos paladines de la energía barata suponen por efecto
de las decisiones individuales de incremento de la eficiencia energética. Asimismo,
esos incrementos del costo de la energía deberían ser suavizados para los
sectores de menores ingresos por consideraciones de carácter distributivo
mediante mecanismos ya bastante estudiados de tarifa social.
Los cortes de electricidad del pasado verano y las colas en estaciones de
servicio cuando no se incrementaban los precios de los combustibles (que el año
pasado lograron superar a la inflación) hacen ver de forma práctica que los
costos asociados a los problemas de abastecimiento energético son más caros que
la energía más cara.
Reza el aforismo que en economía uno puede hacer lo que quiere. Lo que uno
no puede es evitar las consecuencias. Las políticas populistas ofrecen energía
barata hoy al costo de problemas de abastecimiento mañana, menores inversiones
y empleo y menores ingresos fiscales para las provincias. No se debería
implementar la idea de la pesificación del precio interno del crudo porque solo
lograremos promocionar más las importaciones energéticas e incrementar nuestros problemas
de abastecimiento.
Como suele decirse en la industria, la energía más cara es la que no se tiene.
Como suele decirse en la industria, la energía más cara es la que no se tiene.
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