viernes, 6 de febrero de 2015

Tomás Bulat: economista, periodista, docente y sobretodo un gran tipo

Por Mauricio E. Roitman

Casi a la  misma hora en la que escribo estas líneas, una semana atrás, fallecía en un accidente automovilístico Tomás Bulat. Cuando esa mañana me despierto y escucho la noticia no podía creerlo. Sentía impotencia. No puede ser. No puede ser. Lo repetí mil veces. Se me humedecieron los ojos. Se había ido un tipo al que muchos como yo, que lo conocimos y admiramos, considerábamos un amigo. Alguien por quien sentíamos aprecio sincero y lo percibíamos de su parte.

Lo conocí a Tomás durante mis años de estudiante universitario y militante de la juventud radical. Tomás era una especie de artista itinerante que visitaba hasta el pueblo más chico del país si lo invitaban a dar una charla de economía. Llegaba y en diez minutos se metía al auditorio en el bolsillo.

Era un economista muy bien formado académicamente, con estudios de posgrado en Brasil e Inglaterra. Pero lo suyo no era solo solidez y conocimiento, sin desmerecer esos dos atributos. El hombre venía con otra cosa, con un plus. “Lo que natura no da Salamanca no presta”, pensaba cuando presenciaba sus charlas. El tipo destilaba carisma, convencía, persuadía con sus argumentos.

Luego pasó por la función pública, tarea que le apasionaba y en la que tuvo un importante recorrido como asesor legislativo y funcionario. Durante esa época lo veía de tanto en tanto para pedirle que asista a dar una charla o para intercambiar opiniones sobre algún tema económico en el que ambos estábamos trabajando en forma coincidente.   

Luego comienza a aparecer el Tomás que todos conocen. El de los medios. Un mundo al que entró con todo su entusiasmo, capacidad de trabajo y talento, transformándose en poco tiempo en un referente del periodismo económico a nivel nacional. Allí, sin temor a equivocarme, despuntó como el mejor.    

En los últimos años y ya consagrado como periodista económico me dio la oportunidad de escribir algunas notas sobre temas de economía de la energía en su popular Newsletter (El Punto de Equilibrio), de compartir algún reportaje en su programa de radio El Mundo y de asistir a su programa El Inversor como invitado. Siempre con una generosidad pocas veces vista.

Tomás se autodefinía como economista de profesión, periodista de oficio y docente de alma. Era todo eso y mucho más.


Fui el lunes temprano al velatorio a despedirlo, antes que parta el cortejo. No conocía personalmente a su familia pero los sentía muy cercanos. Cuando los vi se estrujó el corazón. Otra vez se me humedecieron los ojos. Lloraba por lo inexplicable de todo. Por el puto destino. Por el dolor de su mujer y de sus hijos. Y lloraba…porque se me había ido un amigo.